Eran apenas 5 kilómetros por recorrer pero la oscuridad de aquella noche hacia lúgubre el camino. Había muchas sombras y nada de luces, solo el lejano sonido de unos grillos que cantaban en medio de unos matorrales a la orilla del río. No había estrellas, solo una bóveda negra sobre nuestras cabezas que estaba siempre ahí en cada paso que íbamos dando con cuidado. El rumor del agua que bajaba por el río era constante y quizás era lo que nos indicaba que el camino era ese. Dos días habíamos caminado desde Parquín, bajando el camino paralelo al río y solo nos habíamos cruzado con un par de campesinos que arreaban una gran manada de chivos. El frío se acentuó a medida que bajábamos los contrafuertes andinos e íbamos entrando en el valle de Huaura. En nuestro camino habíamos encontrado grandes campos de tabaco así como cañaverales donde al parecer crecían solos pues no encontrábamos a nadie. Mis pies me dolían y las de Verónica también. Ella era fuerte pero los zapatos la estaban traicionando.
Entre tumbos seguimos caminando. -¿Qué hora es?- no lo sabíamos, solo pensábamos en llegar al pueblo y encontrar alimento, un buen baño y una cama suave para dormir.
Al doblar una esquina había un árbol enorme. Era un mango. De grueso tronco, parecía un gigante esperándonos. Paramos al lado del tronco y Verónica encendió un fósforo y busco ramas secas que prendió con presteza. Yo atine a buscar mas ramas para atizar el fuego y conseguimos hacer una bonita fogata que nos calentó los huesos. Verónica se sacó los zapatos y se acercó al borde del río. Mojó sus pies y dio un leve grito de alivio. Me dijo - Estoy cansada, ¿cuánto crees que falte para llegar?
-- Creo que estamos a menos de media hora - dije - me parece ya escuchar el sonido de voces y algo de música que viene de la hacienda
-- Sabes una cosa - me dijo-
¿Qué? - respondí-
Creo que estoy esperando --
¿Esperando que? --
Un bebe Alejandro, un bebe y no me vengas a que no es tuyo -
Sonreí y corrí a abrazarla pero todo se oscureció de pronto. No había nadie y todo había desaparecido. Ella, el río, el camino, el mango, la fogata, no había nada. Desapareció el rumor de las aguas del río y el canto de los grillos. Caí de rodillas y mire a todos lados y me puse a llorar tapandome los ojos con las manos y caí al suelo y lloré desconsoladamente hasta que me quede dormido.
Una voz me despertó. Abrí los ojos y vi una figura difusa irradiada por el sol. - Alejandro - me dijo dulcemente - ¿Estas bien? - Ya no sentía frío y me di cuenta que estaba debajo del mango. Vi poco a poco la cara de Verónica y la abracé y me puse a reír. Me había desmayado. No se si por la emoción o por que empecé a preocuparme por no tenerlo a ellos, a Verónica y a mi hijo que llevaba dentro de ella.
Días después, el médico de la hacienda me dijo que pude haber muerto. Me desvanecí por que algo andaba mal en mi cabeza.
sábado, 29 de septiembre de 2007
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